jueves, 28 de octubre de 2010

Desde que no estas

Cuando la noche cayo tu ya no estabas aqui.
Te fuiste por un sendero que pasa lejos de mi.
De nada sirve esperar. De nada sirve buscar.
Si te llevaste contigo las ganas dejandome solo esta absurda libertad.

No quieras que olvide, no intentes que cambie.
A pesar que lo intente no puedo borrarte.
Te sangro en las noches cuando me haces falta.
Y cada mañana despierto y cuento en mi almohada las lagrimas. Desde que no estas...

Recorro las calles, aferrado al recuerdo.
Grabo tu nombre en cada nuevo pensamiento.
Me siento a la mesa, a esperar tu regreso.
Y cuento las horas que pasan, eternizando el momento.

No quieras que olvide, no intentes cambie.
No hay nada que pueda de mi mente arrancarte.
Seguire intentando revivir el instante,
remover las tinieblas y el frio que reinan en mi alma. Desde que no estas...

Gonzalo Bazzoni
28/10/2010

martes, 26 de octubre de 2010

El Profugo


El prófugo

El sol avanza implacable desde el horizonte, consumiendo la oscuridad a su paso.  El prófugo se incorpora de su lecho improvisado de ramas y hojas, estira brazos y piernas como saludando a la mañana, parpadea intentando recordar, como cada mañana el por qué de su periplo por valles y montañas. Lo recuerda.

Sin más compañía que su sombra y los recuerdos de una vida que nunca volverá a ser la misma echa a andar luego de un mísero desayuno de hongos y agua de rio. La ropa holgada y harapienta le da un aire de chiste, sus zapatos son más bien dignos de lastima, sobre la cabeza un viejo sombrero de paja, agujereado y polvoriento, le protege del sol de mediodía.

Camino por un sendero que se perdía entre dos cerros, subido a una gran roca oteo los alrededores buscando algo que comer, su estomago gruñe furioso. Por más que busca no encuentra nada, el invierno y la sequia se han salido con la suya y solo logra ver un cóndor que surcando los cielos orgulloso parece burlarse de él.

Vienen a su mente pantallazos de aquella noche, el llegando a su casa, ansioso por ver a sus hijos, a su esposa, ansioso de abrazarlos, besarlos y decirles cuanto los había extrañado. Luego el silencio que había seguido a su llamado a la puerta, el momento en que su alegría se convirtió en preocupación, y luego cuando esa preocupación se convirtió en angustia.

Continua caminando, la mirada clavada en el suelo. La noche ya se insinúa, ha caminado todo el día, intentado escapar del pasado y la injusticia. El, que los vio morir en sus brazos, que estuvo con sus hijos en el momento del último suspiro, debe huir como una rata, cuando debería estarse vengando del culpable de su desgracia.

Otro recuerdo furtivo se le clava como un cuchillo en el pecho, su mujer, su hermosa flor, la luz de sus ojos, el sol de sus días, tirada en la cama ya sin una gota de vida, deshonrada y ultrajada con las marcas del desprecio en su piel. Aun podía verla, y la sangre comenzaba a hervirle en cuanto evocaba aquel instante donde juro venganza, una venganza que tarde o temprano llegaría.

Con un precio a su cabeza, vivía el día a día, su alma furiosa mantenía su frágil cuerpo con vida. En una bolsa mugrosa, envuelta en un trapo rotoso, la pistola aguardaba tranquila el momento de convertirse en el instrumento de la verdadera justicia. En la recamara, con destino fijado, una bala dormitaba tranquila, la misma bala que algún día en el corazón del traidor terminaría.

Al fin la noche acabo por llegar. Encendió un fuego y sentado frente a él rompió a llorar. Frente a un fuego como aquel, en su casa se solía sentar, su esposa leyendo novelas de amor, los niños pidiéndole que les cuente un cuento y afuera el frio que no le podía tocar. Se enjuago las lágrimas y desenvolvió la pistola que a la luz de las llamas tenía un brillo espectral.

En la cima de un cerro sin nombre, una cruz blanca corona el paisaje. Dicen que bajo ella yace el cuerpo de un prófugo de la ley, un tal Ricardo no se cuantos, que vivió en estos cerros como un animal por muchos años. Según dicen se pego un balazo. Parece que antes había matado a su esposa y a sus hijos. Dicen que era Montonero o algo así.

Gonzalo Bazzoni
17/09/2009

Saltitos en el andén


Saltitos en el andén


Le reclamo a la vida misma aquello que perdí por dejar todo librado al azar,
me mojo la cara con agua del cuenco de tu recuerdo y me aventuro a otro día donde no estás.

Camino a la rutina converso con mi sombra, ella también extraña fundirse con la tuya,
el tren pasa a mi lado, el silbato me despabila. Te busco a mi lado y solo me acompaña la neblina.

Dentro del vagón solo soy uno más. Tan invisible y etéreo como el viento que se cuela por la puerta.
Con la mirada fija en la ventanilla te juro no puedo creer que el sol brille si no estás. Y lo hace cada día.

Bajo en la segunda estación y piso el mismo andén que solíamos pisar juntos. Enciendo un cigarrillo y me parece verte dando saltitos a mi lado para espantar el frio.

Rumbo a la oficina todo es pesar. Extraño tu voz y esa risita cómplice que tantos años fue el prologo obligado de esas ocho horas de cautiverio voluntario a las que todos llaman trabajo.

A la hora del almuerzo me haces tanta falta. Quisiera tomar tu mano por encima de la mesa,
que limpies la comisura de mi boca con tu servilletita azul y me sonrías. Era tan feliz.

Pero así es la vida por más vueltas que le demos. Te toco irte y me toco quedarme.
Hoy me quedan mis recuerdos y la nostalgia, y este sentimiento de soledad que asesina mis ganas.

Ayer te vi, pero no en el tren. Ya no lo usas para llegar a esas ocho horas de cautiverio voluntario.
Estas en un lugar donde no las necesitas, un lugar mejor donde siempre brilla el sol.
Te vi por televisión en Miami con ese actor por el que me dejaste aquel invierno. En el andén,
tu dando saltitos para espantar el frio, yo respirando hondo para espantar las lagrimas.






Gonzalo Bazzoni
09/06/2010